Linea Oeste

El amor sigue siendo nuestra mayor fortaleza

16/03/2025
El amor sigue siendo nuestra mayor fortaleza

 

Cada vez que la lluvia, el fuego o los ríos desbordados provocaron destrozos sobre cualquier población del país, nunca faltó la disposición masiva para “dar una mano”. Es un clásico argentino. Así como tan efusivamente se habla de la inseguridad, también podemos hablar de la solidaridad.

Y también podemos hablar de la “compasión”, palabra que se usa menos pero que, según parece, representa un poco mejor la actitud individual, colectiva y organizada de colaborar ante quien sufre algún tipo de dolor. Porque la compasión es anterior a la solidaridad.

La compasión, “padecer con”, es asociarse al padecimiento del otro. La compasión nos motiva al acercamiento del que sufre, a darle el abrazo que necesita.

A veces la solidaridad es sólo un emergente de la injusticia. Y por eso, tantas veces, es apenas un parche. Las injusticias sociales nos motivan a ser solidarios con quienes son empujados al margen del camino. La compasión, en cambio, es más profunda. Es llorar con el que el llora, es ponerse en el cuero del otro.

Algo de esto nos ocurre, según se ve, toda vez que se desata algún desastre natural.

Ocurrió en 2003 con el desborde del Río Salado en Santa Fe, en 2009 cuando Tartagal quedó bajo el agua, en 2013 en La Plata, con los recientes incendios en la Patagonia, especialmente en el Bolsón y estos días en Bahía Blanca. En estas ocasiones y en muchas otras, un gran movimiento compasivo se convirtió en estructuras para el ejercicio solidario.

Buena parte de las instituciones, tanto pequeñas como grandes, comerciales, sociales, religiosas, deportivas o de cualquier otro tipo abrieron sus puertas para recibir donaciones.

El viernes 7 de marzo, hace apenas unos días, las cámaras que recorrían Bahía Blanca empezaron a mostrarnos el dolor indecible de casas inundadas, de objetos destruidos, de hogares mutilados, de desapariciones y de muerte. Recordemos que Pilar y Delfina, por ejemplo, continúan perdidas.

En ese marco de terror, antes de buscar responsables –si los hubiera- y antes de cualquier otra cosa, lo primero fue ofrecer abrigo, alimento, materiales de supervivencia.

Al Estado, en todos sus niveles, le cabe una parte esencial de esa asistencia. Pero otra parte, también muy importante, y a veces más veloz, está en el accionar compasivo y solidario de la sociedad. Y en esta ocasión, tampoco se hizo esperar.

En casi todos los rincones del país se dispusieron espacios para recibir donaciones y enviarlas a Bahía Blanca. También entre nosotros ocurrió lo propio. Y en las comunas 9 y 10 fueron muchos esos espacios: iglesias, clubes de barrio y hasta casas de familia se convirtieron en centros de recepción para trasladar lo recibido a las instituciones más representativas de nuestra zona.

El Santuario San Cayetano, ya habituado a colaborar en estas contingencias, fue una de ellas. También los clubes Vélez Sarsfield y Nueva Chicago, los dos grandes centros deportivos y sociales de la zona, dispusieron sus instalaciones y su logística de manera inmediata.

Qué bueno es saber que ante dolores inesperados, el reflejo compasivo y solidario no se hace esperar. Y aunque hay mucho egoísmo empoderado, el amor sigue siendo nuestra mayor fortaleza.

Sergio Zalba  


 
 
 

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