No conocen ni a su padre cuando pierden el control
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Algo personal, J.M. Serrat
Hace un tiempo, por cuestiones relacionadas con las en ese momento incipientes obras del llamado Metrobus de Alberdi (porque no es un metrobus, eso es otra cosa), hubo una audiencia con la jueza que entendía en el caso, a la cual asisitimos los amparistas pertenecientes a 3 comunas, diversas instituciones barriales, comuneros de distintas procedencias partidarias y profesionales aportando su expertise volcado en informes relacionados con la planificación del tránsito y su incidencia en la vida cotidiana de los habitantes del barrio, un relevamiento del arbolado público que mostró no solo que en el presentado desde las autoridades había un desconocimiento de las especies existentes, sino también una deficiencia en el conteo, que significaba pasearse por las veredas contando arbolitos de a uno.
Dejamos esto en el campo de lo anecdótico, porque lo que quiero contarles ahora, tiene que ver con las modificaciones impuestas e innecesarias del paisaje urbano, a través de una obra considerada inútil por vecinos y vecinas, ya que Alberdi era una avenida de alta fluidez de tránsito, y por favor noten el “era”, porque según las predicciones de estos mismos vecinos y vecinas, ya no lo es más. Las dársenas producen embotellamientos, las paradas de colectivos están más alejadas entre sí, y se obstaculiza el movimiento de chicos a la hora de entrada y salida de las escuelas, produciéndose situaciones de potencial peligro.
Todo esto le fue referido a la Jueza, haciendo mención de la angustia con que son vividas semejantes intromisiones, ni pedidas ni necesitadas, es más, rechazadas desde el punto de vista de la seguridad, de la economía local, del valor patrimonial del paisaje, y otras argumentaciones que por inesperadas tal vez no eran refutadas por los representantes del GCABA.
Sorprendentemente, escuchamos decir a la jueza que la angustia puede tratarse con un psicólogo, sugirió, y dio por cerrado el tema.
Quiero proseguir ahora sobre este tema, que es la angustia, pero no la situación personal que cuando se sufre puede ser tratada psicológicamente, sino a la angustia social.
¿De qué hablo cuando llevo a una dimensión social lo angustioso, lo que produce angustia, eso que duele y paraliza? Hablo de una comunidad afectada por la destrucción de su hábitat, en este caso, pero no es el único caso de dolor colectivo, infligido desde estamentos de poder, siempre. Y siempre con conocimiento de este “daño colateral”, no es una sorpresa la angustia social ni el dolor personal ante la ejecución de políticas de Estado que privan de bienes simbólicos, materiales o sociales a una comunidad.
El almacenamiento de alimentos para no ser entregados lleva consigo la intención de hambrear.
La no entrega de medicamentos está asociada a la intención de muerte del otro.
La precarización de los edificios escolares tiene la intención de no escolarizar, que también es no socializar, no formar ciudadanía sino personas dóciles desde la ignorancia planificada y el miedo.
El extractivismo, a cualquier nivel, nos empobrece como argentinos dueños del subsuelo de la Patria y personas habilitadas para decidir acerca del lugar en que vivimos, su aspecto, su uso y su permanencia en el tiempo, aun con las modificaciones introducidas por la Vida en el lugar.
Me gustaría llamar la atención acerca de este ejercicio de la crueldad, a distintos niveles (el extractivismo en relación al petróleo si no nos considera, hace que los bienes del subsuelo sean solo mercancías de cuyo intercambio no se beneficia la Argentina; a nivel Ciudad, nos vemos desposeídos de lugares públicos y paisajes de manera indeseada e inconsulta, siempre violenta); ya que esta crueldad tan recientemente habilitada en las últimas décadas, no es lo que ayuda a crecer y prosperar a las sociedades humanas.
Cuando aquellos primates antepasados nuestros salieron del Valle del Rift, Africa, tal es nuestro origen, se dispersaron por el resto del mundo a través de muchos años de recorridos.
En esos recorridos, hubo ramas de humanos que desaparecieron, quedando solo los que somos hoy, este Homo sapiens sapiens, nosotros.
Dicen por ahí, aquellos que levantan la bandera de la competitividad y el individualismo, que ganaron los más fuertes, los mejores, los que más lucharon. Pero curiosamente esto no se dirimió en luchas, y resulta que poblaron la Tierra aquellos que tuvieron más descendencia, nosotros. A través del amor, si quieren.
Y porqué tuvieron más descendencia? Porque encontraron mecanismos de cooperación, solidaridad y protección mutua que abarcaba desde compartir saberes y alimentos hasta la organización social que permitía cuidar a los vulnerables.
Dice Margaret Mead, arqueóloga estadounidense que una vez encontró en un enterratorio un hueso que se había quebrado, y había soldado. Y es la evidencia de la existencia del cuidado mutuo: esa persona no hubiera podido alimentarse, en una población nómade, sin esta evidencia de curación que denota el cuidado mutuo.
Tomemos nota de estos detalles, ya que esencialmente somos los mismos que circulaban en el Paleolítico buscando su lugar en el mundo, literalmente. Somos los mismos, y nos seguimos necesitando los unos a los otros.
Hagamos que la solidaridad vuelva a ser un valor a tener en cuenta, porque el Homo individualis (el nombre es creación propia) no tiene futuro como tal. Somos en comunidad.
Cristina Sottile
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